Acuerdo total

La mayor parte del tiempo estamos rodeados de confrontaciones. Disputas entre lo que hacemos y lo que decimos, las promesas siendo o no concretas, la confianza (construida o destruida) y un sin fin de combinaciones que por nuestra naturaleza tienden a ser oposiciones. Pero entre todo el dilema que viene incluido en nuestra existencia, llegué a un acuerdo. Descubrí que de cierta manera no es necesario (al menos en este caso) que existan bandos, ya no está el binomio opuesto por esencia en mi cabeza ni en ninguna otra parte. Se han diluido los pequeños conflictos que suelen atormentar el cuerpo, el alma, la mente. No existen partes, sino algo gigante que se extiende, desde ti hacia mí y de mi hacia ti. Y en ese punto, exactamente en el que empieza uno y termina el otro (hablo de nosotros) es donde está toda la calma, la certeza, la razón. Donde desaparecen todas las contradicciones y ya no tiene ningún sentido ser inconsecuente. Uno puede pensar que en ese mismo punto se desvanece cualquier razonamiento, porque se ha determinado de manera emblemática  que donde impera lo afectivo se restringe absolutamente lo razonable, siendo aquí donde se destruye por completo otra confrontación entre dos enemigos eternos, porque en nuestro punto, en el que nos encontramos, existe más razón que en cualquier otra parte. Figuran en aquel espacio una inmensidad de motivos  por los que me mantengo ahí y lo prefiero frente a miles de otros lugares. He llegado a un acuerdo total, al punto de que ninguna de mis piezas podría cuestionárselo. Ya no son múltiples opuestos, no tiene sentido que discutan. Porque nuestras piezas se reconocen, se contemplan, se observan y se pertenecen. Entonces dejan de haber miles de fragmentos, creándose uno inmenso que nos incluye, nos une y fluye. En esos puntos, en los tuyos, en los míos, en aquel que se originó de ambos, es donde uno debería mantenerse. En medio de todo lo paradójico  que puede llegar a ser cualquier situación, está la nuestra, sobre la cual no tengo ninguna duda.