domingo, 4 de junio de 2017

Av. Libertad

Estaba sentada en una banca de madera de espaldas a la calle, 
el frío que desplegaban los autos con su paso me golpeaba sutilmente los hombros mientras enfocaba la vista en un objeto distante suspendido en el cielo.
De poco servía que intentara descifrar su figura,
Pues tengo muy mala vista
Por lo que me contentaba con simplemente distinguir su silueta.
Las ramas que caían tristes de los árboles, de vez en cuando, interrumpían la panorámica que tenía del atardecer, como si pudieran querer un poco de atención.
Unas penosas hojas bailaban a penas una canción muy lenta sobre mis pies
Y ahí estaba yo, en medio de todo, sentada, de espaldas a la calle, con el frío de los autos, la ambigua figura, las ramas incrustadas sobre el cielo y las hojas haciendo un último esfuerzo por demostrar algo de otoño.
Entonces caí en la cuenta de que uno gasta bastante tiempo esperando y que si esos instantes los ocupáramos en algo más , tal vez nuestro paso por el mundo sería algo más útil.
Es cierto que son valiosos aquellos segundos en que descubrimos lo que nos rodea, hacemos un alto, nos detenemos, frenamos, el ritmo del día cesa y los sentidos se aceleran, estar quietos nos permite envolvernos del entorno, de las hojas, de las ramas, del cielo y del frío. Ver aquello que se mantiene intacto durante tantos días, tiene movimiento. Y entonces esas pausas se hacen invaluables, únicas, personales y ya no hay necesidad de que corra el tiempo, de mirar la hora con la esperanza de que se apresure, porque encontramos una buena compañía aquí en la inacción. La calma empapa nuestro cuerpo, transformándonos en simple observadores, enamorándonos de lo que vemos y queriendo permanecer allí infinitamente, protegidos por la belleza del entorno y ya no hay prisa, porque ha llegado una buena compañía, y es que se trata de nosotros mismos.

1 comentario:

Juan dijo...

Hola! Me topé con tu blog de casualidad y me gustó harto! Se fue a mis favoritos c: