martes, 16 de octubre de 2018

Montaje

Creo que no tenerle miedo a algo (o alguien) es imposible.
La mayoría de las veces desactivamos nuestras intenciones o deseos por temor a que algo se desencadene y arruine la posibilidad, que cada vez se percibe más pequeña conforme crece el miedo, de siquiera alcanzar lo que queremos, entonces lo postergamos continuamente hasta que nos convencemos, más o menos, de que no lo necesitamos o tal vez algún día podremos alcanzarlo, en otro momento, en otro lugar, aún no es tiempo. ¿Según quien?
Dejarnos para el final es algo tan típico en la actualidad, y es que yo misma me he escuchado un millón de veces decir que mejor después, lo que se traduce, casi de manera literal, "mejor nunca". Por qué si realmente quiero algo tengo que esperar a que al resto le parezca cómodo u oportuno. Finalmente, esta comodidad ajena no es más que una extensión de la mía, la que me cobija de lo desconocido y me da el calor suficiente para sentirme refugiada. Protegida en un vacío, en la que las cosas lentamente comienzan a perder sentido por estar estancada en el mismo lugar durante tanto tiempo. A lo que voy realmente es a lo que mencioné en la primera línea, es muy difícil no sentir miedo, tanto como porque es algo propio de las personas como por la naturaleza del mundo que nos rodea. ¿Quién no se sentiría asustado por todo lo que acontece? alguien que se posicione en los altos mandatos y están al tanto de todas aquellas cosas que a nosotros nos intrigan y desvelan. Pero volviendo a lo particular y propio, aquel miedo si bien es real y existe, no es infinito ni debería extenderse sobre todo lo nuestro. Es algo que nos hace ser personas, una especie de freno de mano que nos salva cuando se nos descontrola nuestro automóvil y la voluntad no es fiel compañera y la impulsividad solamente acelera. Ahí precisamente es cuando lo necesitamos, esos segundos que nos damos antes de decidir, llenos de interrogantes tales como ¿Y que pasa si...? ¿Y si mejor no...? Etc. Creo que todos conocemos una gran cantidad de estas interrogantes limitantes, pero si he llegado a esta reflexión no es únicamente para aclamar que dejen el miedo y una serie de frases típicas (sin desmerecerlas) de libros de auto-ayuda de la que estoy segura que están hartos, si no que quiero pensar en que aquel temor por preocuparse de lo que más queremos es una excesiva preocupación por el resto, de que todos estén bien, como si uno importara poco, como si no fuésemos suficiente, porque parece más fácil solucionar los problemas del resto que los de uno mismo, porque es satisfactorio desconectarse del tormento con el que de vez en cuando cargamos nuestra mente. Es menos angustiante tapar aquellos agujeros que se anidan en nuestra alma con una decena de palabras superfluas que si bien quiebran la esencia de alguien más, no son nuestras, no nos siquiera tocan al momento de oírlas, por más que hayamos definido la empatía y compasión durante años, ¿realmente llegamos a sentir lo que otra persona exclama vivir? O pretendemos, más bien, que lo hacemos. No estoy hablando de ser una persona fría, sin emociones ni consideración por su entorno, pero si estas palabras simplemente son eso, y llenan nuestros oídos y proliferan en nuestra consciencia, es más una distracción que una factible solución, porque ciertamente a quien nos habla le resultará placentero ver nuestra "supuesta" preocupación por su situación, realmente eso no aliviará su dolor y nuestro único soporte dispuesto a ofrecer es el de simplemente oír, pero entonces, nosotros que amamos escapar de lo que tenemos en nuestro interior, como si fuera una simple habitación dentro de una gran casa en la que podemos apagar la luz y cerrar sin más la puerta, preferimos vivir en la casa de nuestros vecinos, escuchando sus atroces vidas y penosas confesiones, lo que nos hace sentir un "poco" mejor con nosotros mismos al ser tan "buenas personas" no es más que un montaje, porque no he visto a alguien llevar verdaderamente en su espalda la pena de alguien más que no sea la suya. Claramente nos afecta, porque nuestras propias construcciones se solidifican de algo más que solo nosotros, de quienes queremos y quien nos importa y si apedrearan nuestra casa y destruyeran alguna ventana o alguna puerta, evidentemente esto sería doloroso, pero no dejaríamos de ser la casa que somos, porque sin duda esos pequeños elementos constitutivos de nosotros son fundamentales e irremplazables y su deterioro involucra el nuestro, pero es la puerta, o la ventana la que se ve rota en su totalidad, en cambio si lo vemos desde nuestra perspectiva, es una parte de nuestra gran casa que se ve quebrantada, no su totalidad. No todo nuestro ser esta herido por la rotura de alguna de sus partes, aquellas que escogemos o no, si no que afecta claramente a nuestra armazón pero aquello no nos deja indefensos del todo como un sufrimiento o preocupación personal. Entonces, nos hacemos tanto cargo de lo ajeno, de la pena que otros sufren que olvidamos que si se destruye lo propio no nos queda nada, en cambio si vemos a alguien más ser destruido, claramente podemos poner de nuestra parte, dentro de todo lo posible, para que esa persona pueda reconstruirse, pero finalmente es ella quien lo hará y aquellas aseveraciones "no podría haberlo hecho sin ti" no sé que tan verídicas sean, porque claramente alguien puede hacerlo sin mi, tal vez hubo alguien antes de mi, después de mi o no habrá nadie en mi lugar y quien crea que necesita extremadamente de alguien para poder lograrlo, verá, como yo lo estoy viendo, que se necesita únicamente a sí mismo. 

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